...y de repente, silencio.
El tren se para, en medio de la nada. Se encienden las luces, se escucha una especie de vapor siendo soltado por debajo de nosotros y se para todo. Por un momento, los pasajeros parecen aturdidos. Como si se encontraran en un sueño del que no pueden salir. Algunos dejan momentáneamente sus lecturas para levantar la mirada un segundo y, al tiempo, vuelven a sus asuntos. Un anciano se levanta, de una manera tan elaborada que parece hasta cómico. Se dirige de una ventana hacia otra, aunque no logre distinguir nada extraño.
Cuando parece que al fin hay silencio, se empieza a escuchar la música de los auriculares de un chico. Una música horrible, rápida, con voces agudísimas de mujeres e incluso monstruosa. Es lo único que se puede oír en el vagón. Todos, poco a poco, giran la vista hacia él, que no parece inmutarse. Por un momento pienso: "No le habrán enseñado a éste que los cascos son para que uno escuche música y no para que la escuchen los demás." Si al menos fuera música decente...
Mientras tanto, fuera, se puede ver la autopista y los coches pasando. Personas que llegarán a su hora a sus casas; a su comida recién hecha y su calefacción. Una chica vuelve a mirar hacia atrás. Disimula cuando me doy cuenta haciendo que mira al chico de la música pero no parece ser cierto. Me entran ganas de decirle algo, pero en esos momentos no te atreves. ¿Qué estará pensando?
Si al menos hubiera traído un libro tendría algo que hacer. ¡Y mira que lo pensé antes de salir! Pero nunca hay tiempo de nada. Por fin el mensaje del conductor: Primero una detención. A los quince minutos un cambio de tren. ¿Para que prepararse para estas emergencias? Seguro que no vale la pena... Pasamos con una pasarela al otro tren y no nos volveremos a ver. Lo mejor fue descubrir que el anciano pretendía saltar del tren al arcén e ir andando hasta su casa.
Divertido al fin y al cabo.
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