Otra vez me siento aquí a escribiros alguna cosilla. Esta vez, me temo, con mucho menos tiempo de lo normal ya que me espera un viaje. Un viaje de vuelta a casa. Volver a casa es una experiencia que, al menos a mi, me suele gustar. Cuando era más pequeño, apenas tenía que volver a casa. Más que nada, porque no salía a ningún sitio, con la excepción de los viajes familiares veraniegos. Sin embargo, el tener que cambiar de ciudad mientras el resto de tu familia y amigos se quedan atrás implica el hecho de una vuelta tras otra necesariamente.
Hoy vuelvo pero sin volver, como un fantasma que, tras ser enterrado, vuelve a su casa para observar desde la ventana los progresos de su familia, su evolución y, generalmente, se ve obligado a olvidarse de ellos y a vagar por el mundo condenado por la felicidad de su familia. Esa felicidad que tanto había querido lograr en vida, pero que implica ahora una profunda tristeza en su ser. Ese fantasma vagante puede cruzarse con nosotros en algún momento. Tal vez nos embriague de tristeza o de compasión, pero no debemos hacerle caso. Disfrutemos del momento, y ya llegará el nuestro. Nuestro momento de convertirnos en fantasmas y vagar por el mundo. Lo extraño es que, sin ser aún un fantasma, me apetezca lanzarme a la calle y vagar, sin rumbo y sin fin, con la única intención de conocer y dar la vuelta al mundo.
Un sueño o no, parece que he dado el primer paso, ahora toca continuar.
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