Ya era hora de volver a escribir algo en el blog, por mi propia cuenta, ya que lo decidí esta mañana, y por cuenta ajena, ya que cada día que pasa y que no escribo nada nuevo alguien me lo recuerda. Pues bien, hoy creo que toca hablar sobre libros; un libro en particular que cogí el miércoles de la biblioteca y que estoy leyendo en este momento: Crimen y castigo, de Dostoievski. Pero lo importante de este libro no es el contenido (que también, aunque no voy a hablar de algo que aún no he terminado de leer) sino el exterior.
El libro en sí inspira un enorme respeto por el hecho de estar tremendamente jodido y estropeado. Es un libro que tiene sus tapas (que no son duras claro) recortadísimas; incluso el título y el autor son difíciles de leer. Las páginas, ya amarillentas y redobladas, incitan a coger el objeto y abrirlo. Imaginarse, no solo las historias que cuenta en su interior el autor sino la propia historia del libro, un clásico, que debe haber pasado por cientos de manos y haber sufrido terribles condiciones de existencia, pero que, a pesar de todo, ha sobrevivido y continuará contando su historia.
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